En el silencio de un ascensor

Un folio. Un folio en blanco. Un folio en blanco delante de ti. Enfrentarte a un folio en blanco delante de ti. Enfrentarte y ganarle la batalla a un folio en blanco delante de ti.

No sé si alguna vez lo has intentado pero, seguramente, saldría algo bueno. Seguro que muchas veces has intentado escribir con el simple objetivo de ordenarte la cabeza o porque querías hacer la lista de las cosas que se te pasaban por la cabeza en ese instante. Estoy convencido de que si la gente escribiera cada día 5 minutos, algo en su vida cambiaría. Además, no serían 5 minutos...

Te darías cuenta de que algo va mal. o, por el contrario, nos contarías lo bien que te sale aquello de lo que nunca hablaste. Tú mismo te propondrías cambiar eso que hace que no estés bien. De esos 5 minutos saldrían más cosas aplicables a tu vida que en 10 siglos de meditación contemplativa.

Te digo más: creo que la gente ni escribe ni piensa ni razona ni habla ni debate porque está fuertemente convencida de que nadie, absolutamente nadie, tiene tiempo para leerle, escucharle o debatirle. Querido lector, nada más lejos de la realidad. La gente está esperando a escuchar y ser escuchada. Falta el pacto previo.

Y te pregunto, estimado amigo: ¿hay algo más bonito que la amistad? Hace unos meses paseaba con un gran amigo y nos preguntaba un tercero cómo explicaríamos el término "amigo". Mi colega dijo: "Un amigo es una persona con la que si vas en ascensor y estáis callados, no pasa nada"

¿No es apasionante? Alguien que ya sabe mucho, que no le hace falta aprovechar esos segundos en el ascensor para intentar ahondar en nada. Ni siente esa necesidad de quedar bien sacando el más recóndito de los temas para soltar tres frases. Ha trabajado antes. Ya conoce muy bien a su compañero. Tanto como para saber de qué bebe la copa cuando sale por la noche, su color preferido, si le preocupa cruzar en rojo o si cuando fuma coge el cigarrillo con la derecha o con la izquierda. Sabe dónde haría la luna de miel si es que se casa algún día, sabe cómo se llamaría su primer hijo y dónde le gustaría vivir "de mayor".


Incluso sabe si cree en Dios. Conoce sus proyectos y ha vivido sus recuerdos. Y qué se le pasa por la cabeza al decirle la palabra invierno. Y verano. Es más, sabe cómo reacciona cuando le dan una mala noticia. Cómo se enfada cuando hablan mal de lo que él más quiere. Cómo le irrita la gente que no se conforma con su mala vida y se empeña en hacer mala la vida de los demás.


Su comida favorita y el nombre que pondrá al perro que le llegó hace tres meses a casa. Qué opina de lo que pasa en el mundo. Qué diría en un debate sobre el aborto, el terrorismo, el medio ambiente, la Iglesia, el matrimonio, la juventud, el alcohol, la fiesta o cosas tan abstractas como el amor, la verdad, la prudencia, la coherencia o la libertad. Lo mucho que defiende sus ideas o cómo dobla la servilleta.

Por amigos así vale la pena seguir haciendo cosas como pararte 5 minutos cada día o aprovechar el rato del ascensor para pensar cómo cerrarás la siguiente puerta que abras, en vez de mirarte al espejo. O fijarte en las cosas pequeñas que hacen que tu día se haga grande.

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